Enclavada entre la laguna de la Angostura, la montaña y el valle, la Ciudad Histórica y Colonial de Tarata es, sin duda, una población dotada de un idílico atractivo; en ella se desarrolla una conexión amorosa entre el caminante y el entorno; juntos atraviesan el río del tiempo en medio de animados repiqueteos de campanas, alegres trinares y cómplices susurros a la luz de la luna.

Todo el escenario está dispuesto para el disfrute. En la inmediatez encontramos trozos de historia levemente revelados, apenas ocultos detrás de las cortinas, como si nos hubieran antecedido por escalerones de madera rechinante.

Su arquitectura es expresión de variados estilos, entre barroco, renacentista, neogótico y neoclásico, expresiones de distintas épocas de heredada ostentación aristócrata y burguesa peninsular. Sus fiestas son indómitas expresiones del hábitus valluno, pero con un sentido, no son meramente actos de fruición pasajeros. Se le rinde culto al pasado, se le adorna de flores, se ofrece delicias culinarias para saborearlo, se practica fervorosos rituales para exaltarlo y se canta y baila ardorosamente para reanimarlo.