Cristo con el Misterio Pascual, el Misterio de la Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión, se ha constituido en Señor del cosmos y de la historia de la Iglesia. El triunfo de Jesús es el inicio del mandato misionero a sus discípulos de entonces y también de ahora, para todos los bautizados. Como Jesús fue el testigo del Padre, así nosotros los bautizados debemos ser testigos de Cristo, el Salvador de toda la humanidad. El que tiene una fe profunda es misionero.
La historia de la misión cristiana es deudora a Francisco de Asís no sólo por haber sido el primer fundador que incluyó en la Regla un capítulo especial sobre las expediciones a tierras de infieles, sino porque abrió una era nueva a la evangelización universal. San Francisco organizó la vida de los hermanos que quieran ir entre infieles, dentro de un marco de respeto a sus creencias y desde la convicción de que sólo Dios puede mover los corazones y hacer que se conviertan a la fe cristiana. A los hermanos sólo les compete anunciarlo, más con obras que con palabras y, cuando llegue el momento oportuno, disponerlos para que se bauticen en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu.
El planteamiento que hace Francisco de la presencia de los hermanos entre los no cristianos es el de testimoniar la propia vida evangélica. Por eso, más que enzarzarse en disputas y controversias, hay que estar pacíficamente entre ellos a través de un diálogo existencial, que evidencie la fe desde la que se vive y para la que se vive. En definitiva, se trata de estar allí como cristianos que conviven con los antiguamente llamados infieles.